Lo que me pasó hoy es digno de ser contado. Y no solamente eso: sino que también podría ser el argumento de un chiste del Negro A l v a r e z. Me da vergüenza, mucha vergüenza contarlo. Pero es algo que tarde o temprano me tenía que pasar.
Hoy se cortó la luz en el trabajo unas cinco veces. Eso significa que nos quedamos sin computadoras. Eso significa que no puedo hacer nada. Eso significa por ende, que cuando se corta la luz yo deambulo de oficina en oficina hasta que a la maldita luz se le ocurre volver. Esta vez no fué distinto. Pero ya aburrida de girar de box en box, me fuí al baño a cagar.
Debí haber sospechado por el ruidito de agua del hinodoro que ya alguien había entrado hacía poco y había consumido el agua disponible. Pero claro cuando aterricé encima de esa conclusión yo ya me había cagado la vida (generalmente me cago "en la vida").
"No vaya a ser que me pase lo que siempre temí", me dije mientras me limpiaba.
Y si. Porque cuando apreté el botón, el hinodoro ni se enteró: todo seguía ahí, en el mismo estado en el que había salido de mi vientre.
Me dió calor. Mucho calor. Me puse nerviosa y me reía al mismo tiempo.
¿Qué hago?
¿Qué hago?
¿Qué hago?
Y entonces la ví ahí. Pobrecita. Tan inocente esa tacita de vidrio esmerilado. Tomé coraje, agarré un manojo de papel en la mano y empecé.
Primero uno. Lo recogí con la tacita, dejé caer el agua que sobraba, lo deposité cuidadosamente en la palma de mi mano cubierta por el papel para después tirar el paquete al tacho de basura.
"Tengo que pensar en los bioquímicos. Tengo que pensar en los bioquímicos".
Y entonces me ví ahí. Media agachada, con un sorete en la mano y diciendo: "tengo que pensar en los bioquímicos". Y me empecé a cagar de risa. La escena era de lo más subrrealista.
Y seguí: ahora el segundo. Ya tenía ganas de vomitar. Volví a envolverme la palma de la mano con papel. Volví a tomar coraje y salí a cazar cacas con la tímida tacita de vidrio esmerilado. Menos mal que nadie entró en ese momento. Menos mal que ningún sorete se me cayó al piso.
Terminé el procedimiento y pensé: "hubiera sido más fácil cagar en el tacho de basura".
Pero la cosa no se termina ahí.
Cuando salí haciendome la estúpida, la chica que limpia estaba esperando en la puerta para entrar.
"Yo te recomendaría que esperes un ratito antes de entrar", le digo riéndome timidamente.
Gladis abrió la puerta del baño de par en par y se fué.
Yo me puse a trabajar como si nada extraño hubiera pasado cuando recordé la tacita: la había dejado en otro lugar y no me acordaba si la había lavado: de los nervios me había olvidado en qué condiciones había dejado la escena del crímen.
Ahí sentí el infierno dentro mío. Mucho calor. Impaciencia. Me fuí corriendo al baño. La puerta estaba cerrada: adios a mi tan preciada reputación. Gladis se estaría vistiendo para irse y ya habría visto la tacita en otro lugar y vaya uno a saber con qué tipo de contendo orgánico adentro.
Esos minutos se me hicieron eternos. "Nunca más me chupo un dedo", pensaba. No sé si fué media hora, quince minutos o un día. La cosa es que Gladis no salía más del baño y amí me estaba morfando los sesos la desesperación.
Finalmente la tacita estaba donde yo
no la había dejado. De eso estoy segura. Pero lo que me preocupa ahora no es eso, sino lo que pasará con el contenido de ese tacho de basura hasta el lunes...