lunes, abril 26, 2010

Tengo un problema.

Soy mala.

Pero no mala de mala persona. No le pongo petardos en la boca a los sapos ni me robo el diario del vecino.

La gente lo dice. La gente me lo dice seguido. Y si; me baso en el juicio de las personas para hacer esta valoración.

Pero yo digo que soy mala porque cuando me enojo digo cosas. También cuando no sé qué decir digo cosas. Y cuando sé qué decir digo cosas que no debería decir. En esas ocasiones, la parte del cerebro que tiene la capacidad de ponerse en el lugar del otro se me bloquea, se me anula. Y entonces digo. Y vomito y no veo la cara de mi interlocutor porque cuando expulso mi maldad lo hago con los ojos cerrados. Y después, cuando dije lo que tenía que decir, ese pedazo del cerebro vuelve lentamente a la normalidad y entonces me digo: ¿qué dije? ¿porqué dije lo que dije? ¿y ahora qué le digo?. Pero ya no hay nada que decir.

También tengo otro problema.

Aveces soy tan buena que creo que soy boluda.

Si veo un perro muerto de frío se me estruja el corazón. Y cuando alguien a quien quiero mucho llora, no puedo evitar llorar (aunque sea por dentro).

Pocas veces digo cosas que harían sentir bien a las personas. Es más, casi nunca digo nada. Porque cuando digo cosas los ojos se me meten hacia adentro y me veo amí misma demasiado expuesta, demasiado en carne viva, demasiado vulnerable. Aveces me arrepiento de no decir nada, aunque la mayoría de las veces no. Hoy si. Hoy todo lo que tendría que haber dicho se resumía en una sola palabra. Y no la dije.

viernes, abril 09, 2010

Excusa cobarde

''No pude ir a la guerra porque me quedé sin fósforos''.


viernes, abril 02, 2010

Gregorio Samsa se convertía en cucaracha;

¡QUÉ ASCO!

Los cuentos que me cuentan

Me gusta escuchar una historia que no pasó de la boca de alguien que no se llama Jorge. La historia es vulgar, ordinaria y sin demasiadas provocaciones. Pero me gusta. Por alguna razón la escucho cada vez que puedo. Como una publicidad buena en medio de tanto noticiero aburrido. Aveces, ese que no se llama Jorge, me cuenta el mismo capítulo una y otra vez. Lo perfecciona, lo decora, lo hace más real o más disparatado. Sabe encastrar el material justo en el momento preciso, por eso lo llevo conmigo a todas partes; cuando fumo, cuando cago, cuando voy en el colectivo y a veces, cuando sueño.

Algún día voy a aburrirme de las historias de non Jorge. Entonces, mi imaginación va a dar a luz a alguien que no se llame Violeta que me contará otro cuento, otra ficción. Non Violeta aprenderá con el tiempo a encastrar el material justo en el momento preciso. Me acompañará en viajes en el colectivo, en segundos de distracción en el trabajo, en el supermercado mientras compro jabón en polvo o papel higiénico. Iremos perfeccionando juntas cada detalle de cada escena. Non Violeta tendrá otra voz, otra forma de relatar, otra cara y otra mirada.

Fantasías, relatores imaginarios, historias irreales. Tengo a mi disposición todo un ejército de pié para abatir los efectos desbastadores de la rutina...