domingo, abril 08, 2007

Esperando una fatalidad, un llamado del cielo

A menudo confundo la fiaca con la desesperación.

Estiro las piernas, los brazos. Y no sé si lo que tengo son ganas de llorar o de bostezar (o las dos cosas). Es raro, sí.

Agarro un libro con desconfianza. Tapas negras. Títulos anaranjados. Un círculo en la portada indica que es, efectivamente, el tomo I. Leo. Engullo un poema detrás del otro. Fantástico. Cuánto consuelo encuentro en esas palabras traducidas. No sé si es consuelo. Pero funciona, entre muchas otras cosas, como un libro de autoayuda.

Me siento en la cornisa. A mitad entre una puerta y otra. La única salvación, lo único que me hace sentir bien: la música y los libros.

La compañía de las personas pasó a segundo plano. ¿A segundo?. No, a tercero, a cuarto, a quinto. ¿La verdad?. Nunca estuvo en primer lugar (salvo en contadas excepciones). Siempre fuí igual. Y no, no me estoy dando cuenta de eso ahora.

Mal en todas partes. Con todas las personas. Mal conmigo principalmente. Mal en la facultad. Mal en el trabajo. Mal financieramente. Mal del corazón. De los pulmones. Mal de la cabeza.

Y me cansé.

Me doy por vencida.

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