Un sueño que tuve anoche
Camino junto a un hombre por una ciudad de calles estrechas y casas altas. El camino es de piedras y en subida. Veo pasar a un hombre en una bicicleta y lo reconozco. "Es Alberto", pienso. Le grito: "Alberto, Alberto". "Alberto" se da vuelta pero no es Alberto. Tiene la cara demasiado colorada, del color de la naríz de los borrachos y la mirada no es la mirada de Alberto. Pero se le parece. Este hombre nos dice algo.
Sigo acompañada de alguien. Es el mismo muchaho que caminaba conmigo, solo que ahora estamos en una casa antigüa de esa ciudad buscando algo que no sé que es. La casa es un laberinto. Tiene muchas habitaciones sin salidas, con muchos recovecos y espacios vacíos. Lo que más me acuerdo es una sección de la casa que es un jardín de infantes. Ahí hay chicos chiquitos y maestras que nos miran con miedo, pero siguen en lo suyo, intentando no alterar la calma. Las paredes están pintandas de verde manzana. En una hay un payaso pintado. Un payaso, o un bufón, no sé. Mi compañero tiene rulos, es morocho y es más petiso que yo. Tiene cara de bueno. Y es bueno. Al salir de la sección de la casa que es jardín de infantes, besa el marco de una foto donde salen nenitos en guardapolvo a cuadritos. Yo pienso que es una actitud rara y nos vamos.
Salimos a un patio. El chico de rulos desapareció de mi sueño y estoy con una amiga de la infancia. Tengo una cartera color ocre tipo hindú donde llevo algo muy importante. Tenemos que escalar una especie de muro pero yo tengo unos zapatos que me quedan grandes y no puedo. Ella no puede por otro motivo que no sé cuál es. Aparece el hombre colorado, desde lejos. Lo esperamos y le pedimos que nos sostenga la cartera mientras subimos. Mientras nosotras tratamos de encajar los pies en los insterticios del muro el hombre se va. Con la cartera en la mano. Empieza a jugar con unos chicos a pasárselas de mano en mano, como si fuera una pelota. A mi amiga y a mí nos invade la desesperación, pero no podemos hacer nada.
Estamos en ese patio. Hay una especie de campamento y junto con un grupo de dsconocidos, somos prisioneros del hombre de la cara colorada. Mi amiga Consuelo duerme sobre un colchón muy finito y tapada con una sábana. Tiene frío. Al otro día ella se va a ir a otra parte y yo estoy triste. Le doy un beso y me acuesto a su lado.
Un blog. Estoy leyendo un blog de una compañera de trabajo. "Escribe bien la turra", pienso. En el diseño resalta el color bordó, tipo vino tinto. Y las letras son blancas y finitas y aveces cuesta leer. Sigo bajando. Hay fotos. Una especie de foto, formada por fotos chiquitas de las caras de soldados muertos. Lo curioso, es que la foto de los soldados no había sido tomada mientras ellos estaban con vida, sino, que era la foto de sus cadáveres. Otra curiosidad es que tenían una especie de casco con forma de frasco de vidrio. Como esos en los que venden las aceitunas en los almacenes. "Por las radiaciones debe ser", pienso. Sigo mirando las fotos de los soldados. Hago una relación con la segunda guerra mundial, pero no me acuerdo cuál es. Me da mucha impresión y así y todo sigo mirando. Algunos esqueletos todavía tienen pelos, dientes. Algunas incluso ojos. "Esta noche voy a soñar con esas caras", pienso. Creo que ni siquiera me pregunto porqué les tomaron las fotos muertos. Lo que más me inquieta es imaginarme a un tipo con una cámara de fotos profanando tumbas de ex combatientes de guerra. Vuelvo a pensar en el hombre de la cara colorada y en su implicancia en todo esto.
Mambrú. Eran cinco y ahora son cuatro (no sé cuál es el que falta). Van a tocar en un instituo de educación a distancia en la calle Colón. Están nerviosos. Se mueven de un lado para el otro. Como hormigas. Yo los miro desde lejos y me voy.
Sigo acompañada de alguien. Es el mismo muchaho que caminaba conmigo, solo que ahora estamos en una casa antigüa de esa ciudad buscando algo que no sé que es. La casa es un laberinto. Tiene muchas habitaciones sin salidas, con muchos recovecos y espacios vacíos. Lo que más me acuerdo es una sección de la casa que es un jardín de infantes. Ahí hay chicos chiquitos y maestras que nos miran con miedo, pero siguen en lo suyo, intentando no alterar la calma. Las paredes están pintandas de verde manzana. En una hay un payaso pintado. Un payaso, o un bufón, no sé. Mi compañero tiene rulos, es morocho y es más petiso que yo. Tiene cara de bueno. Y es bueno. Al salir de la sección de la casa que es jardín de infantes, besa el marco de una foto donde salen nenitos en guardapolvo a cuadritos. Yo pienso que es una actitud rara y nos vamos.
Salimos a un patio. El chico de rulos desapareció de mi sueño y estoy con una amiga de la infancia. Tengo una cartera color ocre tipo hindú donde llevo algo muy importante. Tenemos que escalar una especie de muro pero yo tengo unos zapatos que me quedan grandes y no puedo. Ella no puede por otro motivo que no sé cuál es. Aparece el hombre colorado, desde lejos. Lo esperamos y le pedimos que nos sostenga la cartera mientras subimos. Mientras nosotras tratamos de encajar los pies en los insterticios del muro el hombre se va. Con la cartera en la mano. Empieza a jugar con unos chicos a pasárselas de mano en mano, como si fuera una pelota. A mi amiga y a mí nos invade la desesperación, pero no podemos hacer nada.
Estamos en ese patio. Hay una especie de campamento y junto con un grupo de dsconocidos, somos prisioneros del hombre de la cara colorada. Mi amiga Consuelo duerme sobre un colchón muy finito y tapada con una sábana. Tiene frío. Al otro día ella se va a ir a otra parte y yo estoy triste. Le doy un beso y me acuesto a su lado.
Un blog. Estoy leyendo un blog de una compañera de trabajo. "Escribe bien la turra", pienso. En el diseño resalta el color bordó, tipo vino tinto. Y las letras son blancas y finitas y aveces cuesta leer. Sigo bajando. Hay fotos. Una especie de foto, formada por fotos chiquitas de las caras de soldados muertos. Lo curioso, es que la foto de los soldados no había sido tomada mientras ellos estaban con vida, sino, que era la foto de sus cadáveres. Otra curiosidad es que tenían una especie de casco con forma de frasco de vidrio. Como esos en los que venden las aceitunas en los almacenes. "Por las radiaciones debe ser", pienso. Sigo mirando las fotos de los soldados. Hago una relación con la segunda guerra mundial, pero no me acuerdo cuál es. Me da mucha impresión y así y todo sigo mirando. Algunos esqueletos todavía tienen pelos, dientes. Algunas incluso ojos. "Esta noche voy a soñar con esas caras", pienso. Creo que ni siquiera me pregunto porqué les tomaron las fotos muertos. Lo que más me inquieta es imaginarme a un tipo con una cámara de fotos profanando tumbas de ex combatientes de guerra. Vuelvo a pensar en el hombre de la cara colorada y en su implicancia en todo esto.
Mambrú. Eran cinco y ahora son cuatro (no sé cuál es el que falta). Van a tocar en un instituo de educación a distancia en la calle Colón. Están nerviosos. Se mueven de un lado para el otro. Como hormigas. Yo los miro desde lejos y me voy.
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