...de la bronca agarré un pedazo de galleta, le puse queso y me la metí en la boca.
Pero no me la comí.
No señor. Fué como masticar un puñado de arena completamente seco.
Fué entonces cuando caí en la cuenta de que la saliva había desaparecido por completo de mi boca. No quedaban rastros de humedad ni en mis encías, ni en mi lengua ni en mis dientes.
Tragué.
Tragué arena, tierra, barro. Y el bolo quedó alojado en mi garganta. Varado como un viajero errante, lleno de rabia, de impotencia y con el irrisorio deseo de ser puño y pegar. Pegar duro y fuerte.
Hice el ademán de tragar. No pude. Probé varias veces y no pude mientras los gritos agrietaban las paredes y mi boca se secaba cada vez más.
Tantas veces intenté tragar que me descompuse. Me abracé al inodoro como si fuera mi único cómplice y casi que vomité. Temblaba el inodoro, el bidet, temblaba yo, el bolo de áridos, el viajero errante, el puño y las paredes.
Me temblaba el cerebro, las ideas, me temblaban las miradas del público expectante por aquel burdísimo espectáculo de lucha libre que se desarrollaba en forma libre y gratuita en los domicilios de sus propios escritorios. Por momentos parecían clamar por sangre.
Días largos si los hay.
Hoy tengo miedo de mañana. De llorar, de que me vean débil (hola a todos, miren qué débil que soy).
Pienso en galletas y me angustio.
Nunca volverá a ser igual.