Tengo un problema.
Soy mala.
Pero no mala de mala persona. No le pongo petardos en la boca a los sapos ni me robo el diario del vecino.
La gente lo dice. La gente me lo dice seguido. Y si; me baso en el juicio de las personas para hacer esta valoración.
Pero yo digo que soy mala porque cuando me enojo digo cosas. También cuando no sé qué decir digo cosas. Y cuando sé qué decir digo cosas que no debería decir. En esas ocasiones, la parte del cerebro que tiene la capacidad de ponerse en el lugar del otro se me bloquea, se me anula. Y entonces digo. Y vomito y no veo la cara de mi interlocutor porque cuando expulso mi maldad lo hago con los ojos cerrados. Y después, cuando dije lo que tenía que decir, ese pedazo del cerebro vuelve lentamente a la normalidad y entonces me digo: ¿qué dije? ¿porqué dije lo que dije? ¿y ahora qué le digo?. Pero ya no hay nada que decir.
También tengo otro problema.
Aveces soy tan buena que creo que soy boluda.
Si veo un perro muerto de frío se me estruja el corazón. Y cuando alguien a quien quiero mucho llora, no puedo evitar llorar (aunque sea por dentro).
Pocas veces digo cosas que harían sentir bien a las personas. Es más, casi nunca digo nada. Porque cuando digo cosas los ojos se me meten hacia adentro y me veo amí misma demasiado expuesta, demasiado en carne viva, demasiado vulnerable. Aveces me arrepiento de no decir nada, aunque la mayoría de las veces no. Hoy si. Hoy todo lo que tendría que haber dicho se resumía en una sola palabra. Y no la dije.