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Le tengo miedo a la información y a las palabras. Sobre todo a esas palabras que te quedan retumbando por los siglos de los siglos como martillos forjandote la parte de adentro de la cabeza.
Algunos días tengo miedo de que me digan que me voy a morir. Otros días tengo miedo de que me digan que no me quieren. Suena como si estuviera trastornada pero no me importa.
Doy vueltas en la cama. El corazón me galopa el pecho. Casi cuando me duermo abro los ojos de golpe, no respiro, miro en la oscuridad las cosas que me pasan. Ya no quiero pensar más digo, lloro, lloro, digo. Y por fín me duermo definitivamente.
Cuando me despierto...estoy viva. Y durante la noche me convertí en el relleno de un canelón de sábanas y colchas. Tengo los brazos atrapados, los pies se salen por el otro lado y los pelos del flequillo me hacen cosquillas en la naríz. La situación es divertida pero me hago pis.
Me desenvuelvo de la situación en la que me ví envuelta y afronto el día de la mejor forma que me sale.
Vida sana. Ejercicio aeróbico. Nada de frituras ni de chocolates.
Del pucho no dijo nada.
Entonces opto por tomar coraje y presentarme a mí misma a la nueva yo.