sábado, julio 23, 2005

Algo mas

Cuando porfin logré salir del cementerio, ya era un cadaver.
Vacilé un segundo antes de decidir. Tan solo un segundo. Pisé fuerte sobre su hombro y subí un piso mas arriba. Me desperté por fin de ese sueño espantoso. Que no había sido un sueño, sino la interpretación paupérrima del arrebato de mis dedos.
Solía decir en aquel momento cosas como: ¨ami eso no me interesa¨, ¨yo no soy como cualquiera¨, etc..Pero eran oraciones, tiradas al viento. Y se convirtieron en plegarias tristes, dirigidas a un Dios que se fué hace rato de un altar de botellas y cajas de cartón.
Y después de haber pasado repetidas veces por el mismo camino de la incertidumbre, entendí que no hay incertidumbre, porque no hay nada para entender. Solo reconocer y extirpar con pinzas las palabras sueltas de un proxeneta sucio y saparrastroso. Fuera de lo común.
Como un asalto a mano armada de mis principios. Sin valor, y por izquierda, como todo lo que es oscuro y denso. Después volví a pensar que me faltaban cosas por entender. Pagué el peaje con creces. Pero las rutas estaban cortadas. Un gran piquete de recuerdos paralizaba la autopista.
Nunca quise volver ahí.
Casi con presición quirúrgica me sorprendió siendo investigada por un intruso. Alcancé a ver en sus ojos de media hora cada uno, algo turbio.
Cuando quiero pensar no puedo. Cuando quiero escribir me voy como de campamento a otro planeta. Una ficción.
Y tiré de las sogas, y alguien se había robado el contrapeso. Y usé mis brazos pero eran débiles y estaban cansados. Y busqué en alguien una soga y otros brazos, pero eran mas débiles que los mios. Y pemanecimos atascados durante varios meses intentado salir de nuestra miseria. Cada uno por su lado. En el mas rígido de los egoismos.

Llovisnaba, apenas. Eran eso de las 3 de la madrugada. La camioneta estaba estacionada al frente de la embajada del Perú. Ochentoso, se llamaba el bar. Decorado con fotos de cantantes de los 80´. El fué a buscar la llave de un departamente que prometía albergarnos durante lo que quedaba de la noche. Fué en vano. Volvió mojado y lindo. Yo me saqué el corpiño, y se lo di para que le sacara los arcos de alambre que me punzonaban el pecho. La música parecía ambientar cada uno de los momentos. Todos eran distintos, e igualmente hermosos. Y se nos escapó la noche jugando en la camioneta, como si nos quisieramos.

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