martes, julio 12, 2005

El día que mi boca...

Tan seguido como aveces. El sonido contundente de un mensaje que alguna vez fué para mi. Porque un sonido, o bien una melodía o el aroma fresco de las mañanas de verano me transmiten mucho mas que una sensación. Me transporta hacia el abismo de la inconstancia y el desatino. Después de haber pasado reiteradas veces por el mismo camino (que circunda una misma esencia), me vuelvo mas impertinente e inoportuna. Después de haber perdido el sentido de la visión a corto plazo. Y de haber generado cuentas a pagar en el futuro, el futuro lejano que ya llegó. Insoportablemente acorralada en la penumbra de una calle vacía, de una vereda levantada por las raíces de un palo borracho.
El sonido del timbre me retrotrae a la madrugada de un día, ninguno en especial, porque todos eran especiales. Los días de hoy son ordinarios y triviales, sobre todo triviales. Padesco la enfermedad de la rutina crónica. La enfermedad de las camas y las alcantarillas. La insensatéz de las horas maldecidas y trastocadas por el suspiro de las palabras que arden por el calor de una llama incolora y fugáz. Si la tempestad no hizo mas que avivar los fuegos del infierno y apagar el sol....
En el tono de la pobreza y la mediocridad, plantié cuestiones de fuerza mayor a la luz de los reflectores de colores que giraban enloquecidos al ritmo de los cuerpos enardecidos por el fuego de la lujuria. Si, de la lujuria y la frialdad.
Y el aire parió un hijo al que llamó: silencio.
Y su mirada se tornó oscura e irreflexiba, mientras la música dejaba de hacer eco en mis oidos.
Nada es suficiente. Todo es inútil y se convierte en un enorme container de desperdicio. Y entonces a las palabras se las robó un DJ, el día que mi boca no dijo nada.

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