jueves, mayo 26, 2005

El señor de los vinos

Salvo alguna vez que le creí,
casi siempre me pagó
con palabras de dos centavos
con mentiras, con blasfemias, con retazos.
Palabras de la feria de las pulgas
de una parada del colectivo
de envoltura de alfajor
de un teléfono mudo.

Es el señor de los curritos de la calle,
el chantún, el charlatán, el mentiroso.
El que le deja propinas a un mozo,
con monedas que robó de otra mesa.
El que me abraza, el que me mima, el que me besa
y después de olvida de todo.
El que despierta de algún modo
en otra casa, con otra mina
y después se retira,
como un caballero cobarde.
El que no se reparte
las mujeres que se roba
con los ¨amigos¨ que le sobran
se está haciendo un museo.
Para que algún día, el de su entierro
lo miren como a un winner.
El que no quiere que lo mimen
busca cariño en otros brazos
y cuando sobre su regazo
alguien intenta apoyarse
él no duda en levantarse
asustado y con prisa
como si escribiera con tizas
en el pizarrón de su vida
las lecciones que una mina
intentó enseñarle.
Entonces el señor de la calle
de los vinos, de la ranchera
el que pasa y no espera
porque su tiempo vale oro.
Se detiene de a poco
a pensar en su pasado
y en su apuro, en su descaro
se olvida de que no es tan malo
y se queda tranquilo.

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