sábado, junio 09, 2007

El insomnio de los otros

Estoy desvelada.

Desveladísima.

¿Porqué?. Porque un pelotudo me hizo sonar el teléfono a la una de la madrugada, hora en la que aún dormía placida, pero no tan profundamente como hubiera querido.

El boludo del negocio de ropa, el que yo -ingenuamente- dejaba que me tocara las tetas para acomodármelas adentro del vestido que le compré. Ese que yo pensaba que era más gay que Polino y no. O si. No sé.

El tipo me manda mensajes haciéndome planteos ridículos, que transpasan holgadamente el límite de la estupidés. Me dice cosas como por ejemplo: "yo solamente quería conocerte, y que tengamos una relación". ¿Una relación de qué?. El tipo debe estar muy solo y posiblemente me autocondene con esto que digo (y de la forma que lo digo) porque siempre me pasó lo mismo: lo digo, me pasa. La sencuencia es tan lógica que me cuesta terminar de entenderla. Osea, me cuesta creer que se cumpla con tanto rigor. Esa especie de profecía que yo creía inventada, termina siendo siempre igual: lo digo, me pasa;lo digo, me pasa; lo vuelvo a decir, y me vuelve a pasar.

Capáz que alguna noche yo también me encuentre en la necesidad de mandarle mensajes desesperadamente a personas que ni conozco. Who know's.

De todas maneras, no tenía derecho a despertarme.

Hoy subí un peldaño en la prolongada escalera de la autonomía: fuí sola al cine por primera vez. Ya nunca volveré a ser quién fuí (¿?).

En la boletería un chico le explicaba a una chica como emitir una entrada: fuí su primera clienta. Pero la chica aparte de ser nueva, parece que también era un poco sorda.

- Hola, una entrada para La vida de los otros.

- ¿Dos entradas?

- No, una.

- Perdón, no te escuché. ¿Dos?.

- NO: UNA. UNA SOLA.


En el cine eran todos viejos. Viejos chetos. Viejas chetas. Eramos como diez. Antes de que se dignaran a proyectar algo sobre la pantalla había un silencio espantoso. Yo quería abrir mi bolsa de comida y me daba mucha vergüenza. Por cierto, ¿cuándo van a inventar bolsas que no hagan ruido?. Odio el ruido de las bolsas. Me pone furiosa. Yo me había llevado tremenda provisión de alimentos chatarra y me estaba volviendo loca no poder mandarme chanchamente un buen puñado de papas fritas en la boca.

Cuando empezaron las colillas, me dí cuenta de que las letras de los subtítulos eran demasiado grandes, o yo estaba demasiado cerca, y cuando este tipo de proporciones se prensentan ante mí, me produce un mareo horrible, así que me fuí a la última fila, al medio. Estaba sola: no podía ser mejor. Tres butacas había ocupado la bestia. Una con mi esqueleto, otra para la campera y otra para mi vianda de grasas y glucosas. La película es buenísima. Al principio me costó un poco ubicarme en la época y en el contexto histórico. Pero eso es porque soy un asno para esas cosas.

Cómo habrá sido de buena la película, que en un momento me dí cuenta de que se me había perdido la cartera y a los diez segundos ya me había olvidado. De todas formas estaba segura de que me la había dejado en la primera butaca en la que había estado. Así que cuando terminó la peli, me limpié un poco los mocos con la manga y fuí en busca de mis pertenencias que yacían al lado de uno de los viejos chetos-bohemios-solitarios.

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