domingo, septiembre 02, 2007

Por las aberturas con cortinas de una ferretería sucia, pasábamos a una galería de arte religiosa. Un tipo rubio con una toga bordó nos atendía con una sonrisa. Sobre el piso blanco impoluto estaba hechado un perro despierto con los ojos cerrados que tenía en el lomo una marca hecha con un hierro caliente: un círculo con una cruz en el centro. La historia de esa religión contaba que cuando el mesias había intentado escapar de sus enemigos, su gente lo había abandonado y el único que lo acompañó incondicionalmente fué un perro negro con los ojos cerrados.

Pero el objetivo era comprar pinceles.


Así que salimos por otra abertura con cortinas hacia un patio enorme y lleno de gente.


Se escuchaban tiros.


Tres mártires corrían a esconderse junto con la multitud detrás de unas paredes a medio construir. Eramos, fácil, como mil. Todos de entre 20 y 30 años.

Uno de los tres héroes era FD que se escondía al lado mío. Pasaban los minutos y seguíamos agazapados y sin hablarnos, hasta que me empezó a preguntar con susurros si yo estaba bien y esas cosas (en el sueño hacía mucho que no lo veía (en la realidad también)).

Cuando llegó la paz, la gente empezó a salir de atrás de las paredes inconclusas, FD me decía que su celular se había quedado sin batería, y yo le decía que en mi casa había un cargador que le iba a servir (¿?).

......

Cuando me desperté, me acordé de que me había olvidado de comprar pinceles.

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