Un secreto
No quiero llorar. Aunque dudo que pueda atravezar mi proceso de desahogo sin antes mojarme un rato las mejillas.
Me digo en voz baja: "los odio, los odio con toda mi alma". Y me largo a llorar. Me cuento en voz baja el peor de mis secretos. El más retorcido. Ese que - estimo - me va a afectar de por vida. Que ya me afecta, que siempre me afectó. Que me produce retorcijones en el estómago. Pero por sobre todas las cosas, unas incontenibles ganas de llorar.
Me escapo de la gente. Los domingos son un infierno. No quiero llorar más. Tengo los ojos rojos como los de un conejo. El moco acuoso asomándose por los agujeros de mi nariz. No quiero llorar más. No quiero confesarme más secretos que no quiero saber. NO ME INTERESA SABER MÁS NADA DE MI PORQUE TODO LO QUE DESCUBRO ES HORRIBLE.
Echo a los chicos. "Salgan de acá", les digo. Nunca los eché de ningún lado. Nunca los traté mal. Pero hoy es un calvario. No quiero que me vean llorar. Yo soy fuerte. De piedra. Y no quiero que nadie (ni menos ellos), me vean én este patético estado de vulnerabilidad. Lloro pensando que los traté mal.
"Los odio. Quisiera que se mueran hoy", vuelvo a pensar con la más dolorosa crudeza. "Siempre los odie, desde que era chica". Y otra vez el proceso. Me siento una usina de odio. Transformo mi energía en rabia, en bronca. Aveces siento que se extingue el amor que hay en mi. Se pudrió, se venció. Y al final - pienso - mi amor tenía fecha de caducidad y ya se está acabado (aproveche la oferta...).
Pienso en escaparme. Desaparecer. Siempre lo pensé. Lo planeaba desde mi cama, abrazando un oso de peluche y llorando de la misma - impotente y silenciosa - manera que ahora: igual. Pero siempre me pareció una idea estúpida. Y nunca concreté.
No era cosa de adolescentes. No. Por que ahora soy una persona "adulta". Soy inteligente, tengo estudios, incluso me considero mucho más evolucionada que la mayoría. Y el mounstro sigue ahí: asechándome desde la esquina más oscura de mi habitación. No era cosa de adolescentes. Era cierto. Era odio genuino, implacable. INEXTINGUIBLE.
Ahora no me siento mejor, aunque ya dejé de llorar.
Tampoco tengo ganas de morirme, ni nada de eso.
Lo único que siento es una irrevocable resignación.
Porque el mounstro seguirá ahí, siempre.
Siempre que yo siga viviendo en esta casa.
Me digo en voz baja: "los odio, los odio con toda mi alma". Y me largo a llorar. Me cuento en voz baja el peor de mis secretos. El más retorcido. Ese que - estimo - me va a afectar de por vida. Que ya me afecta, que siempre me afectó. Que me produce retorcijones en el estómago. Pero por sobre todas las cosas, unas incontenibles ganas de llorar.
Me escapo de la gente. Los domingos son un infierno. No quiero llorar más. Tengo los ojos rojos como los de un conejo. El moco acuoso asomándose por los agujeros de mi nariz. No quiero llorar más. No quiero confesarme más secretos que no quiero saber. NO ME INTERESA SABER MÁS NADA DE MI PORQUE TODO LO QUE DESCUBRO ES HORRIBLE.
Echo a los chicos. "Salgan de acá", les digo. Nunca los eché de ningún lado. Nunca los traté mal. Pero hoy es un calvario. No quiero que me vean llorar. Yo soy fuerte. De piedra. Y no quiero que nadie (ni menos ellos), me vean én este patético estado de vulnerabilidad. Lloro pensando que los traté mal.
"Los odio. Quisiera que se mueran hoy", vuelvo a pensar con la más dolorosa crudeza. "Siempre los odie, desde que era chica". Y otra vez el proceso. Me siento una usina de odio. Transformo mi energía en rabia, en bronca. Aveces siento que se extingue el amor que hay en mi. Se pudrió, se venció. Y al final - pienso - mi amor tenía fecha de caducidad y ya se está acabado (aproveche la oferta...).
Pienso en escaparme. Desaparecer. Siempre lo pensé. Lo planeaba desde mi cama, abrazando un oso de peluche y llorando de la misma - impotente y silenciosa - manera que ahora: igual. Pero siempre me pareció una idea estúpida. Y nunca concreté.
No era cosa de adolescentes. No. Por que ahora soy una persona "adulta". Soy inteligente, tengo estudios, incluso me considero mucho más evolucionada que la mayoría. Y el mounstro sigue ahí: asechándome desde la esquina más oscura de mi habitación. No era cosa de adolescentes. Era cierto. Era odio genuino, implacable. INEXTINGUIBLE.
Ahora no me siento mejor, aunque ya dejé de llorar.
Tampoco tengo ganas de morirme, ni nada de eso.
Lo único que siento es una irrevocable resignación.
Porque el mounstro seguirá ahí, siempre.
Siempre que yo siga viviendo en esta casa.
3 Delirios ajenos:
Este post me dejó intrigado.
Y no estás...
Espero verte pronto para mandarte besos largos que cruzan oceános.
boluda.... pareces mi cerebro escribiendo asi..... como fue que entraste en mi cabeza, revisaste que habia y yo no me di cuenta???!!!!
Once: ese es el secreto: el odio.
Pelada: desde el día en que pelaste, todo fué un complot para poder meterme en tu cerebro sin enredarme con tus "bucles". Jejeje..
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