sábado, agosto 12, 2006

Smoking

Apagás el cigarrillo y me mirás. Me mirás con los ojos un poco desorbitados, como si estuvieses presintiendo mi desquicio. Bajás otra vez la vista al cenicero anaranjado. ¿Cuántas conversaciones habrá escuchado ese cenicero anaranjado?. Muchas. Pero muchos más son los silenciones que compartió conmigo. Si: ninguna duda al respecto.
Entonces vos me mirás y no te decídís. ¡Decidite por dios a decirme esa cosa que estás pensando!. La intriga me hace sufrir. Pienso cosas, muchas cosas. Y no te digo ninguna. El silencio se vuelve cada vez más espeso. Yo cruzo las piernas: primero para un lado e inmediatamente para el otro. Vos seguís jugando con la colilla apagada. La seguís asfixiando contra el plástico naranja: como si tu itención fuera derretirlo. Pero no pensás en nada (o eso parece). Yo te miro de frente, espectante. Ahora apoyo el codo en mi pierna y me sostengo la cara con la mano.

- ¿Vas a hablar o no? - suelto con un poco de rabia.

-

- Decime algo o me voy.

- ¿Me das fuego?.

- Tomá - y le alcanzo un encendedor negro que me regalaron.

Prendés tu cigarrillo y juegás con el humo de la primera bocanada mientras poco a poco te envolvés otra vez en tu insoportable y mítico silencio.

Y yo sin pensarlo, me levanto y me voy.

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