viernes, diciembre 17, 2010

D

Uhh ah ah. Uhh ah ah.

Y vos, no podés lidiar con dos problemas pedorros al mismo tiempo. Te escondés detrás de un contenedor de basura y mirás de reojo lo que pasa, mientras lo que pasa pasa y no sabés si quedarte o salir. Si gritar o quedarte muda escuchando el ruido de los camiones y el ventilador de la computadora.

Después, dudás (porque dudás de todo y ese es tu estado natural. Y si no dudás de algo dudás de la ausencia de dudas). Duda Duda Du. Y casi automáticamente te justificás recordando tu teoría tonta, inservible pero inevitable, sobre lo amplia e infinita que es la realidad como para no dudar de ella. Hacés setentaycinco veces la misma operación en la calculadora: cientoveintitrés dividido dos. Y mirás por la ventana y dudás del resultado. ¿Era sesentayuno como cinco?. Entonces vas al inicio y otra vez. Y así varias veces. Y así con todo. Hasta que la inseguridad termina por traicionarte y te pega un cartel en la espalda que dice: soy media boluda, ténganme piedad.

Y ahí se acaba todo...

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