La zona
En el bar (donde tomé el mejor licuado de banana en una de las situaciones más feas de mi vida) una puta me clava la mirada y amí me da risa.
Un tipo en la puerta de un cine porno me mira y yo le sonrío.
Las ventanas oscuras del puticlub en el que estuve hace un par de meses. Me acuerdo y me río.
"Qué asco esta zona", dice ella frunciendo la naríz. Y amí su comentario me da risa.
Me acuerdo de esa noche (¿hace cuánto? ¿seís años ya?) que anduve caminando sola, un viernes a la 1 de la mañana. Un tipo en un Falcon me frenó al lado y me preguntó cuánto cobraba. Yo (que siempre dejo pasar los mejores negocios) me quedé callada y seguí caminando. El tipo se fué. La verdad es que yo tenía pinta de cualquier cosa menos de puta. Pero iba camino a Angar 18, que ya no existe más. En la plaza de las Heras me tomé un taxi: llevame a Angar 18, le dije al taxista. Lo que el idiota no me dijo es que el lugar quedaba a dos cuadras (sin exagerar).
Cuando tenía 17, mi mayor ambición era cumplir 18 para poder ir a un cine porno. ¡(....)!. En fín. Y nunca fuí a uno. Y no sé para qué quiero ir si las películas porno de ahora me excitan casi tanto como Mr. Bean en traje de baño.
Y también de la vez de "lacarademono night". "Son de la yuta" habrán pensado los travas que espiábamos desde el auto de Consuelo. Los espiábamos porque nos divertía espiarlos, tan simple (y tan complejo) como eso. Pero el travesti cara de mono sospechó y se apareció de incógnito en una moto mirándonos con esos ojos desorbitados, terroríficos. El cagaso que nos pegamos fué sublime. Consuelo puso en marcha el auto y nos fuimos con el rabo entre las piernas y persiguiendo un Gol bordó.
Un tipo en la puerta de un cine porno me mira y yo le sonrío.
Las ventanas oscuras del puticlub en el que estuve hace un par de meses. Me acuerdo y me río.
"Qué asco esta zona", dice ella frunciendo la naríz. Y amí su comentario me da risa.
Me acuerdo de esa noche (¿hace cuánto? ¿seís años ya?) que anduve caminando sola, un viernes a la 1 de la mañana. Un tipo en un Falcon me frenó al lado y me preguntó cuánto cobraba. Yo (que siempre dejo pasar los mejores negocios) me quedé callada y seguí caminando. El tipo se fué. La verdad es que yo tenía pinta de cualquier cosa menos de puta. Pero iba camino a Angar 18, que ya no existe más. En la plaza de las Heras me tomé un taxi: llevame a Angar 18, le dije al taxista. Lo que el idiota no me dijo es que el lugar quedaba a dos cuadras (sin exagerar).
Cuando tenía 17, mi mayor ambición era cumplir 18 para poder ir a un cine porno. ¡(....)!. En fín. Y nunca fuí a uno. Y no sé para qué quiero ir si las películas porno de ahora me excitan casi tanto como Mr. Bean en traje de baño.
Y también de la vez de "lacarademono night". "Son de la yuta" habrán pensado los travas que espiábamos desde el auto de Consuelo. Los espiábamos porque nos divertía espiarlos, tan simple (y tan complejo) como eso. Pero el travesti cara de mono sospechó y se apareció de incógnito en una moto mirándonos con esos ojos desorbitados, terroríficos. El cagaso que nos pegamos fué sublime. Consuelo puso en marcha el auto y nos fuimos con el rabo entre las piernas y persiguiendo un Gol bordó.
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