Tiempos violentos
Voy caminando por una vereda, junto a una avenida. Camino rápido. Pienso rápido y sin concluir. No sé en que momento empecé a odiar el aire libre. La humedad apesta: esta ciudad parece un sauna del infierno. Tengo la frente brillante, las manos pegajosas, la ropa pegada al cuerpo y el ánimo por el piso. Llevo mi cartera colgada al hombro.
Un hombre "sospechoso" camina a medio metro detrás mio. Lo miro y agarro mi cartera. Una vez me pasó algo parecido, pero el hombre que venía atrás mio se me acercó y me dijo al oido: "si quisiera robarte ya lo hubiera hecho". Yo camino más rápido. Pienso en las cosas que llevo dentro de la cartera: un manojo de monedas que no llegan ni a tres pesos, el teléfono, cigarrillos y papeles varios sin importancia: papeles que algún día estarán dentro de la categoría de basura.
Imagino: el hombre se me acerca y quiere manotearme la cartera. Yo me doy vuelta y con el puño cerrado le rompo la naríz. El hombre se cae al suelo sangrando y yo corro.
No me basta con golpearle a una bolsa de arena. Ni con patear una almohada. Ni siquiera con estrellar un plato contra la pared. Lo que quiero es pegarle a alguien. Ser la verduga de su dolor. Odio la sangre, pero quiero ver sangre. Sangre que ve la luz por una herida que yo causé.
El hombre desaparece por alguna calle y yo sigo. Yo sigo acumulando violencia, como dinamita en una bomba de tiempo.
Un hombre "sospechoso" camina a medio metro detrás mio. Lo miro y agarro mi cartera. Una vez me pasó algo parecido, pero el hombre que venía atrás mio se me acercó y me dijo al oido: "si quisiera robarte ya lo hubiera hecho". Yo camino más rápido. Pienso en las cosas que llevo dentro de la cartera: un manojo de monedas que no llegan ni a tres pesos, el teléfono, cigarrillos y papeles varios sin importancia: papeles que algún día estarán dentro de la categoría de basura.
Imagino: el hombre se me acerca y quiere manotearme la cartera. Yo me doy vuelta y con el puño cerrado le rompo la naríz. El hombre se cae al suelo sangrando y yo corro.
No me basta con golpearle a una bolsa de arena. Ni con patear una almohada. Ni siquiera con estrellar un plato contra la pared. Lo que quiero es pegarle a alguien. Ser la verduga de su dolor. Odio la sangre, pero quiero ver sangre. Sangre que ve la luz por una herida que yo causé.
El hombre desaparece por alguna calle y yo sigo. Yo sigo acumulando violencia, como dinamita en una bomba de tiempo.
0 Delirios ajenos:
Publicar un comentario
<< Home