domingo, julio 02, 2006

La noche de anoche

Tres y media de la madruga.

En mi cama estamos yo, mi jueguito de ingenio y mi paciencia al borde del colapso.

Recién llego de comer con amigos, pero el sueño tarda en llegar, así que me entretengo intentando resolver lo ya resuelto.

Entra un mensaje en celular. Es el oscuro que me pregunta si "vamos a hacer algo esta noche".

"Pués claro", pienso.

Me visto con mi peor ropa, me cambio mis prendas íntimas, me pinto apenas, me pongo mi perfume matador y salgo de mi casa en dirección a la esquina citada, mientras me afilo los colmillos con un lija.

Cuando pasa mucho tiempo desde que no nos vemos, es como si fuéramos esas parejas modernas que se llevan para el culo, y se sientan en el mismo auto propulsado a indiferencia. Al rato pasa, pero al principio es horroroso.

- ¿A dónde vamos?.

Yo lo único que espero es que no tenga ganas de charlas. Mis intensiones son mas que evidentes (y guardo disimuladamente la lija en la cartera, donde todavía está el aerosol rojo que quedó de la tarde).

- No sé.

- ¿Vamos para el lado del aeropuerto?.

- Dale, vamos.

Ni el Indec hubiera hecho un estudio de mercado tan minucioso. Recorrimos TODOS los telos sin suerte alguna. Sin mencionar que uno, nos perdimos entre los jardines eróticos horrorosamente cargados de fuentes y angelitos culones. No habían habitaciones, o habían enormes demoras. "Mierda, carajo, la puta madre esto no puede ser. Mierda, carajo, la puta madre esto no puede ser", pensaba para mis adentros.

- Bueno, no sé. Me parece que lo vamos a tener que dejar para otro día - me dice haciendose el desinteresado.

"Otro día" las pelotas de Mahoma. Ningún "otro día". Mis calenturas no entienden de razones, ni de demoras, ni de habitaciones con precios exorbitantes. Mis calenturas son irracionales, dementes y desquiciadas. Quiero coger he dicho. Y no me vuelvo a mi casa sin haberme bajado antes los pantalones (y no para mear).

Pienso, pienso y pienso. Algún lugar tiene que haber. Tuvimos sexo un año entero en cualquier lugar de la ciudad, cualquier plaza, cualquier calle. No puede ser que ahora no encontremos nada.

- Bueno, está bien. Lo dejemos para otro día.

El no esperaba que le dijera eso: no. El esperaba que me encaprichara y le dijera: "al menos vayamos a la placita, esa a la que íbamos siempre". Pero no le digo nada y dejo que su orgullo actúe por mi.

Mientras íbamos camino a mi casa, él muy ingenuo se desvió para el lado de la placita y me dijo:

- ¿No querés que vayamos a la placita, esa la que íbamos siempre?.

- Bueno, está bien - le dije satisfecha.

No sé como, llegamos a un descampado con vista a la ruta. Un descampado que nunca antes habíamos visto. Los alambres que lo cercaban, estaban justo cortados del lado que daban a la calle de donde veníamos. Así que subimos con el auto como panchos por nuestro terreno y estacionamos. Y nos quedamos sentaditos un rato, como esperando que alguien nos diera la orden: ¡chicos, a coger!.

- Desvestite - me dice.

Y yo me rio. Me rio por que está muy tímido. Por que me da risa que me esa orden cuando yo me muero por por estar desnuda con él.

Y empiezo . Primero las botas, después el jean. El me pide que lo ayude: "sacame la remera",me dice.

Yo la verdad que estoy un poco "fría". Como quien necesita un poco mas de besos y de caricias antes de...bueno...de eso.

Se tomó muy a pecho lo que le dije cuando le dije que ami no me gustaban las previas tan largas. Pero tampoco es p' tanto...Creo que fueron 30 segundos y su amiguete ya estaba de buen humor.

Igual estuvo muy bien. Su espalda, su piel y su pelo negro dibujandole trivales en los hombros, son suficientes para que la noche valga la pena.

¡Y cuando se para desnudo y sale afuera del auto a hacer pis!, ¡ cómo me gusta que haga eso!.

Y se nos pasa el tiempo hablando de lo mal que anda el país. De los choros, de la policía (que son choros uniformados), y hacemos una compentecia de quien vió o leyó la noticia mas macabra. El gana.

Cada tanto escuchamos ruidos, silbidos, ladridos, pero muy a lo lejos. Nos callamos, miramos para todas partes, desempañamos los vidrios y espiamos a la noche que nos vigila, para después volver a la conversación como si nada hubiera pasado.

- ¿Qué hora es?.

- Las seis.

- Uhhh...ya es re tarde...¿vamos?.

- Bueno, vamos.

Y abandonamos el descapado. El terreno vacío y limpio que nos acobijó durante una noche en los que ambos podríamos habernos quedado solos, él mirando tele, y yo, con mi jueguito de ingenio.

2 Delirios ajenos:

Anonymous Anónimo said...

25 efes

6:54 a. m.  
Blogger once said...

Me has hecho recordar a los años en que cada polvo con mi entonces novia eran en un coche o un baquito del paseo del río...

Y me he puesto melancólico.

Bonito post. Me ha gustado mucho cómo lo has contado.

10:39 p. m.  

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