Prójimo
Tengo bolas de plomo atadas a los pies. No puedo salir, no puedo bajar, no puedo caminar, ni hacer, ni jugar a nada que no se llorar a ser a una muñeca rota a quién se le niega una buena reparación o un cambio de batería. Estoy en pausa, congelada en el freezer, al lado de las pechugas de pollo contemplando un paisaje vacío de hielo y hamburguesas de pescado. Es horrible, estos altibajos hormonales son horribles. Después me siento una pelotuda. Pero mientras tanto el mundo es un imbécil que me hace la vida imposible. Y no poder querer, querer del verbo amar. Porque querer no es algo que se pueda explicar con palabras, es subjetivo y la subjetividad es el horror, es golpearse un dedo meñique, es la muerte de un perro, es que te pique el paladar. Quiero cuando escucho una canción, pero cuando la canción se termina el amor se va y no vuelve hasta el próximo play. Mientras tanto es la muerte, la verborrágica necesidad de escupir pus y palabras que son dardos con veneno, la incontinente urgencia de ver morir al prójimo aunque ese prójimo sea lo único que tengo.
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