jueves, octubre 23, 2008

La agonía comenzó en el momento en el que la rubia teñida me preguntó:

- ¿Común o profundo?.

- Profundo - dije yo.

Entonces sentí como su lengua de cera caliente me peinaba el pubis, de principio a fin, de este a oeste. Y pude presentir lo mucho que eso iba a doler. "Relajaditas las piernas flaca", decía. Y peinaba y peinaba para abajo. Yo no soy católica pero hubiese querido saberme el padre nuestro o algo de eso. O rezarle a una Santa: Santa cachucha de los dolores.

Pero lo peor aún no había pasado. "Respirá profundo y aflojá las piernitas flaca". Y tiró. Y dolió. Y dolió mucho. ?/:"#@>?#$%>@$>:?. La puta madre, digamos. Cómo dolió. No quise ni mirar, "seguro que estoy sangrando como una condenada", pensé, "no quiero ni mirar". Y así dos veces. Uno por cada hemisferio del peludo planeta de mi conchita. Y después para emparejar, otra vez.

Salí de aquel recinto del horror putiando en el más camionero de los idiomas. El sol me daba en la cara. Caminé pensando en lo mucho que este desmalezamiento voluntario me iba a picar en los sucesivos días de mi vida. "Me pasaré el día rascándome la concha sino queda otra", me dije en voz muda. Llegué a mi casa, me enfrenté al espejo y me bajé los pantalones y la bombacha en un sólo movimiento. Creí ver a Hitler entre mis piernas. Me subí la bombacha y los pantalones en un sólo movimiento: mi entrepierna me daba miedo.

No tengo conclusiones relacionadas al sufrimiento voluntario al que nos sometemos las mujeres por cuestiones estéticas. Y por el momento tampoco me interesa tenerlas, porque para mí todo esto tiene un sólo y legítimo objetivo: llegar a la cueva y decirle: mi amor, te tengo una sorpresa...

1 Delirios ajenos:

Anonymous Anónimo said...

ajajajajaj... excelente!!!

2:10 a. m.  

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