Vecindario

Predomina el silencio.

Una voz sin cuerpo me habla y me pregunta: "¡¿Lo encontraste?! ¡Decíme que lo encontraste!".

"No sé de qué me habla", le respondo indiferente al espectro que vive adentro mío.

(Una observación: aparentemente el espectro es un señor mayor porque lo trato de usted. Así que de ahora en más es: "el Sr. espectro").

Mientras busco un par de medias en el placard, me quedo pensando en la pregunta de Don espectro. Suena a pregunta cotideana. Como si me estuviese preguntando por un manojo de llaves, o una toalla limpia. Pero con el mismo arrebato repentino con el que aparece, se esfuma. Me queda retumbando entre las orejas el eco de sus palabras. Ni siquiera su voz. Ni el flash efímero (efimerísimo) de la escena en la que aparece.

Pero ya no le tengo miedo al Sr. espectro. Porque entendí que es como un vecino que toma mate en la vereda, un inquilino solitario que vive en un departamentito al fondo de mi cerebro y que me habla cuando se siente solo.

"¡¡ESTÁS LOCA!! ¡¡ESTÁS RE LOCA, NENA!!"

Dirían esas personas que no comprenden la poca gravedad del asunto.

Por eso prefiero resguardar a mi salud mental de juicios apresurados y sin fundamentos.

Porque frecuentemente me lastiman más las voces que hablan en voz alta y gritan, que las que me preguntan trivialidades en silencio.